viernes, 24 de febrero de 2017

El último sello.







 
Husein Abdel Rasul.




A veces los niños abren puertas. El egiptólogo Howard Carter se caló su común sombrero de fieltro y cruzó, lleno de excitación, la entrada de la tienda de campaña. Husein Abdel Rasul, aquel humilde chiquillo de diez años que acarreaba día a día el agua montado en un asno, para refrescar a quienes trabajaban duramente en las excavaciones bajo el tenaz sol del desierto, había hallado por azar el primer peldaño cubierto por la arena. Tenía que ser esa la tumba insigne, la que con tanto ahínco había buscado. Le fue estrechando el cerco año tras año. Sabía que debía encontrarse en alguna parte dentro de una hectárea triangular entre los mausoleos de tres reyes. El pecho del arqueólogo latió fuerte ahora, cuando subió a su montura con la ansiedad de la noticia…

«Atrapado en la sombra de mi presente eterno, yo, Neb-jeperu-Ra Tut-anj-Amón, necesito ver el sol de nuevo, para liberarme. El magnánimo destello de Atón, dios de mis progenitores: sólo eso me hace falta. Sólo un segundo de su ardiente mirada, de su vibrante fuego en mis ojos.  Sólo un rayo de luz… y volveré a ser carne en un cuerpo.
»Qué triste es esta soledad que me cala mis enfermos huesos todavía, a pesar de que ya no estoy atado a un esqueleto. Yo sí he muerto, pero mi espíritu sigue aquí encerrado, en esta tumba. Rodeado de lujosos enseres para disfrutarlos en otra vida ultraterrena que no puede ser la mía ahora, atrapado entre dos mundos aquí: carros de combate, tronos de oro, joyas, armas, lujosos vestidos; vasijas con comida, perfumes, medicinas… Estatuas ciegas que custodian mi sepulcro pero que no pueden protegerme, porque ni hay fuego dentro de sus ojos ni el calor de Atón dará vigor a sus músculos jamás. Nunca quise toda esa riqueza propia de mi suprema posición, ni siquiera en vida. Y apenas hice uso de nada, salvo de unas pocas reliquias personales. A un flanco de mi cuerpo embalsamado, yace la hermosa daga que mi abuelo me obsequió. Forjada con una lágrima de acero del propio Atón (caída desde el cielo) por cuya luz suplico ahora para liberarme. Al otro flanco, un abanico fabricado con plumas de avestruz. Lleva grabada en él la gloria de mis, en el fondo, humildes cacerías. Sólo era un niño pequeño cuando ascendí al trono. Luego crecí un poco. Pero no mucho, en realidad. No me desarrollé bien: mi cuerpo era frágil y de escasa estatura. Nunca me dejaron cazar hombres, cuando yo me convertí en uno. Sólo avestruces, para paliar un poco mi mal óseo con el ejercicio. »

 …El hombre del sombrero de fieltro dejó la tienda de campaña muy atrás, galopando hacia el punto señalado. Una vez allí, decidió recompensar con una buena propina al providencial chiquillo que le indicó el lugar exacto… Y empezó a planearlo todo. No podía entrar a saco en el lugar, necesitaba un plan de acción sensato. Respiró hondo, pensando en todo el esfuerzo previo de años para llegar a ese prometedor momento. Ahí mismo estaba él esperándole, después de tanto esfuerzo. No había ya más que buscar... Bajó de su cabalgadura. Con la ansiedad y el galope, la boca le sabía al agrio polvo del desierto. Una gota gruesa de sudor rodó por su mejilla, y se quitó el sombrero para secar la frente.

»El tesorero Ay se ocupó de mi gobierno, cuando fui elegido faraón a la edad tierna de diez años. Tomó todos mis poderes de paso, y rechazó al dios único de mis padres: el divino disco solar que nos da la vida a todos con su aliento caliente, tanto a esclavos como a reyes por igual. Y que, espero, no se haya olvidado ahora de mí, y decida otorgármela de nuevo en otra parte. En otro tiempo…
»El tesorero restableció el culto primitivo, plagado de oportunistas dioses demasiado humanos para que el divino Atón los use como ejército. Un culto monumental y frío donde el poder sacerdotal acaparó de nuevo las riquezas, y volvieron a reinar las mismas sombras de antes...  Sin que, para colmo, el divino Atón tuviese al menos un resquicio razonable para lucir bien... Él, mi ambicioso regente, trasladó mi cuerpo a esta tumba pequeña y oscura, que en realidad era la suya. Cuando yo morí tan joven, a los diecinueve años. Para usurpar él la gloria de la otra monumental que me pertenecía por derecho como rey de Egipto. Y que ocupó él luego en mi lugar cuando llegó su hora, después de haberse convertido en faraón él mismo».

Tras secarse el sudor bajo un sol de justicia, el arqueólogo ayudó a limpiar de arena los doce escalones que descendían hasta el primer sello, lleno de impaciencia. Con cada escalón revelado, su ansiedad crecía y su corazón de soñador se desbocaba. A Carter le costó un esfuerzo enorme reprimirse para no destrozar la primera puerta, cuando llegaron, en descenso, al último peldaño. Ansiaba descubrir ya de una vez todos los tesoros y misterios que ocultaba ese lugar sagrado borrado por el tiempo. Pero tenía que hacerlo bien, con sensatez: reunir un grupo de expertos que le ayudasen a catalogar adecuadamente todos los tesoros que hallasen dentro. Y avisar, antes que nada, a su mecenas, que había invertido un dineral con una fe ciega en el proyecto. A punto había estado de retirarle ya la ayuda, luego de un fracaso tras otro. Pero confió una última vez en el arqueólogo. Le dio una oportunidad final, y con ella les sonrió a los dos la suerte, ahora. Su mecenas merecía estar presente allí, por tanto, cuando él rompiese el sello último de un tajo.

 Y él también estaba allí, tras una puerta. Rodeado por la arena del desierto, esperándole. Se armó de paciencia. Dejó una guardia armada custodiando el lugar, y fue a poner el telegrama…

»Yo no quiero estar encerrado en esta tumba. Y no porque sea demasiado humilde para un ser de mi alto linaje. Simplemente me enerva su contraste. Detesto este interior frío pero envuelto, fuera de aquí, en un ardiente calor. Lleno de un oro que no puede brillar, porque no hay luz. Me oprime este espacio minúsculo incrustado en la eternidad temporal de la no-muerte. Odio todos los ajuares suntuosos que me rodean. Clasificados minuciosamente para servirme en la otra vida, en estantes y arcones apilados repletos de sedas y oropeles. Como si fuera un polvoriento desván lleno con la tramoya de un teatro…  Sólo quiero ya la luz de Atón en mí, para que mi alma, presa en sombras, fluya hacia otro tiempo y otro cuerpo de una vez. Sólo un destello, un guiño suyo bastaría…

 »En esta inmensa soledad, un siglo es una hora. El tiempo se comprime en este limbo extraño, pero a mí se me hace eterno… Me consuelo recordando a mi amado padre, el rey Hereje, que derribó los muros del oscurantismo. Luego, el tesorero Ay devolvió el poder y la riqueza a los de siempre… Antes, sólo éramos nosotros: la familia real, gobernando con justicia. Y Atón como dios único, dispersando la bendición de sus rayos sobre nosotros y sobre nuestro pueblo. ¿Acaso hace falta algo más? Luego se complicó todo en exceso, pero no tuve las fuerzas ni el conocimiento para rebelarme. Era tan joven e inocente…

 »No, no me dejaron luchar a mí, al Rey Niño. Me pintaron matando hombres en mi carro, eso sí, para glorificarme falsamente. Al fin y al cabo, era el faraón. Pero yo sólo perseguía avestruces para cazarlos. Esas aves tan similares a mí: orgullosas y altivas, pero de atrofiadas alas... El tesorero Ay me tenía alejado de todo. Lo hacía para protegerme de mi enfermedad, según decía... Hasta que aquella rueda de la cuadriga se salió de su eje extrañamente, y el carro volcó aplastándome en el páramo de caza…  Mis pobres huesos eran frágiles desde mi nacimiento, como para sobrevivir a un accidente así. Y mi cuerpo sin vida quedó lejos del lugar del embalsamamiento. Así que el corazón, en el cual mora la conciencia, llegó podrido ya… Lo cambiaron por un vulgar amuleto puesto en mi pecho, cosa inútil. Y mi espíritu quedó atrapado sin remedio donde está ahora mismo. En esta fría cárcel que el polvo del desierto ha ido cubriendo y borrando del paisaje visible, con la implacable lentitud de un reloj también de arena…»

 Una vez que dio el aviso oportuno a quien le pagaba bien, el hombre del sombrero de fieltro reunió al grupo de escogidos para ejecutar el duro trabajo. Trazó una sesuda estrategia y la comunicó a los otros en la tienda. Hablaron brevemente. Luego, cada quien asumió su rol en el asunto. El objetivo estaba ahí, inmóvil, custodiado por un retén armado. Ya no se les podría escapar nunca, tras años de especulación y persistencia. La gloria estaba sólo a un paso. Era el momento de encararla fríamente… 

»Y aquí sigo. Encerrado en la oscuridad de este teatro absurdo y mudo cuya función no parece acabar nunca. Con la irónica compañía de esculturas con menos vida aún que yo, y lujosos enseres inútiles. ¡Cómo añoro volver a cazar subido en mi cuadriga, con la alada velocidad de un avestruz más! Ese vértigo me ayudaba a distraerme de mi cruel enfermedad congénita, fruto del incesto de mis padres. Orgulloso y erguido sobre la plataforma de mi veloz carro, olvidaba el mal de huesos que me obligaba a caminar renqueando con la ayuda de un bastón en tierra firme, como un viejo prematuro a mis diecinueve años... En realidad tuve docenas de báculos, a cual más exquisito y bien labrado. Ahora duermen todos vanamente en esta cripta, como parte de mi ajuar mortuorio. Aunque yo sólo usaba dos o tres… Mi preferido lo fabriqué yo mismo con una simple caña, era perfecto para mí. Lo firmé con oro, tan orgulloso de mi artesanía propia… Ahora tampoco ese me sirve ya de nada. Pero ya no pido andar, en realidad. Ni correr sobre dos ruedas ya siquiera, aunque me gustaría hacerlo... Sólo ansío una luz viva para volar hacia otro cuerpo. Sólo eso. ¡Oh dulce Atón, concédeme eso al menos, y hazlo pronto!».

»Años como minutos, siglos como horas… Oigo ruido de pasos y voces. Golpes de mazo y cincel. Cestos de arena arrastrándose, cadenas... Alguien anda cerca. Quizá me traiga, al fin, la luz. Quizás el dios oyó mis oraciones. Pero no… eran simples saqueadores. Sólo buscaban la rapiña. Huyeron rápido con lo que les dio tiempo a acaparar, pude escucharlos. Sin llegar a profanar el sello donde mi sarcófago reposa. ¡Ojalá lo hubieran hecho! Les habría bendecido. No existe otra maldición en torno a mí, que la mía propia al estar aquí encerrado…
»Milenios como días, quizá… Tres milenios para los humanos. Tres discos de Atón como tres días para mi espíritu joven impaciente, que se siente envejecer con tanta espera. Atrapado yo en esta torturante oscuridad, mi pobre alma contrita ya sólo tiene fuerza para murmurar el nombre de su dios único y caliente. Para suplicar por su hermosa luz, y que ésta lo guíe hacia un mejor destino… Pero ¡Atención! ¡Por Osiris, el Siempre Perfecto! ¡Pasos y voces de nuevo! Ruido sordo y vibrante. Y enseguida: picos, palas, martillos, espátulas. Tres milenios humanos, justamente...  Para mí, sólo un pestañeo. Los nuevos visitantes llegan más adentro, cumplido el tercer día desde que se echó el sello… ¿Volveré a la vida justo ahora? Se acercan mucho más, puedo sentirlo. ¡Por Akenatón, mi noble padre!  ¡Ya están aquí!».

 Iba a ser solemnemente roto, por fin, el sello último del mausoleo, empleando una navaja para cortar la soga. Los primitivos saqueadores de hacía treinta siglos no habían llegado hasta allí por suerte, el sello estaba intacto. Todos los presentes contuvieron la respiración ahora, agachados frente al angosto acceso a la cámara funeraria del niño faraón.

El hombre del sombrero de fieltro se lo ajustó bien. Tragó saliva y usó su arma de acero, con el pulso firme.

»Destruyen el oscuro telón de este teatro sin tiempo. Rompen el opaco muro que me encierra. Rasgan, por fin, el velo de mi muerte… El haz de un resplandor se abre en mi prisión oscura, de repente, a través de un hoyo en la puerta de mi pequeña cárcel. ¡Oh Atón bendito, te has compadecido! ¡Tu luz resplandece ante mí como una llamarada ahora, y acaricia con amor mi rostro embalsamado!

 Soy libre, al fin. Mi espíritu vuela hacia otra carne. 

Vuelvo a ser un hombre.»

 —Veo cosas maravillosas —Dijo, emocionado, Howard Carter, cuando sus pupilas se adaptaron lentamente a la penumbra de la vela, que encendió con el chispazo de un fósforo.

El hombre del sombrero de fieltro miraba dentro de la estancia, a través del orificio hecho en la puerta por él mismo. Sólo pudo ver las pertenencias apiladas en aquel espacio fúnebre. Y luego, un célebre cadáver yacente, eso sí. Pero él ya no estaba allí, ni en ese cuerpo. Después, sacaron del habitáculo en sombras la anatomía inerte de quien, durante un segundo, quedó cegado y liberado para siempre por el resplandor, no del sol de Atón, sino del fuego… Incluso muerto, en la serena efigie de su rostro resplandecía un sol dorado. Parecía sonreír plácidamente, cuando perdió pronto su antifaz de hombre y volvió a ser, de nuevo, un niño para siempre.

 El arqueólogo Howard Carter retiró, con exquisito cuidado, la máscara funeraria de oro y turquesas del rostro momificado del joven faraón. Y el sheriff Pat Garrett se quitó de la cabeza el sombrero de fieltro. Y se lo llevó al pecho, por respeto al finado. Cuando sus ayudantes extendieron, frente a él, el pequeño cadáver del bandolero Billy el Niño. Hombre de escasa estatura pero elevada leyenda, que ya no volvería a ver el sol jamás.

 El propio sheriff acababa de descerrajarle un tiro por sorpresa en plena noche, disparando a través de la puerta de su guarida en el desierto. Partiendo en dos el frágil corazón que albergaba su espíritu rebelde.
  
Lo último que él vio, fue un fogonazo.






© Bonifacio Álvarez





  

domingo, 19 de febrero de 2017

Anécdotas de domingo

                                                                         

Anécdotas curiosas de escritores y personajes célebres. Que las disfruten.




                                                       *  *  *
                                    
 Cuentan que Jean Cocteau (1889-1963) , el polifacético pintor, escritor y cineasta francés, se encontraba tomando un café en una tertulia. En plena discusión acerca de la naturaleza metafísica del cielo y el infierno del catolicismo. Por su parte, él asistía a aquella disputa bizantina como quien ve un  partido de tenis, mirando a un lado y otro y en apariencia ajeno a la refriega, sin decir palabra. Al final, un contertulio le animó a que aportase de una vez su opinión propia a la polémica. A lo cual Cocteau respondió con fría equidistancia. Es fácil imaginárselo aspirando largamente su cigarro, con una concentración serena en su semblante afilado cuando dijo:

-¿El cielo y el infierno? Me da igual ese tema. En realidad, tengo amigos en los dos lados...   





  


Mucho antes de la ley antitabaco

                                                                           *  *  * 
William Maxwell Aitken (1879-1964) fue un escritor canadiense, ex-banquero y magnate de la prensa. Conocido por abandonar sin más la banca canadiense en la que era directivo  (y Canadá entera de paso, que es muy grande) para dedicarse a la política y al periodismo -las dos cosas- al otro lado del "charco", en Inglaterra. O sea: lo que se dice un tránsfuga de sí mismo, y todo un cúmulo de incompatibilidades. Y también una "puerta giratoria" del tamaño de las Columnas de Hércules (las que criticamos hoy día son un molinete cutre del metro, en comparación) 

Se cuenta de él una conocida historia, que algunos atribuyen a otros escritores, no obstante.
Al parecer, le preguntó a una actriz célebre si se acostaría con un hombre por seis millones de libras. Ella dijo "por supuesto". A lo que él replicó "¿y por solo seis libras?". La actriz respondió, ofendida: "Claro que no, ¿por quién me toma usted?". La réplica del magnate fue demoledora: "Ya se ha definido usted misma muy bien, se lo agradezco. Conocido el hecho, solo me restaba determinar el grado"     
                                                               
                                                                       *   *   *
  
El poeta y médico Rafael Duyos (1906-1983) tuvo un momento de nostalgia al recordad su tierra natal, Valencia. Al oirle suspirar con tanta morriña por "la tierra de las flores, de la luz y del amor"(para los despistados, eso no es un verso suyo), la bailaora Pastora Imperio le preguntó si de verdad él era de ahí. El asintió, orgulloso.

Y entonces la arcádica Pastora, que se hizo célebre por encandilar al público en los teatros y en films como "María de la O" (y no por deleitar con su planta-punta-tacón-golpe, a las ovejas), improvisó una réplica casi tan redonda como la "o" mayúscula de la tal María: 

"Ay hijo -le espetó al poeta- y yo que creí que tú eras de allí abajo, de donde nace la gente"

Por cierto, parece ser que Duyos dejó la medicina para dedicarse plenamente a la poesía (debía tener buenos ahorros). Así que quizá lo de “la gente que nace allá abajo” se lo dijo la Pastora justo por eso, porque pensó que él era ginecólogo. No sé.

   Aunque el gracejo inopinado de la bailaora, no está a la altura de la celebérrima ocurrencia de su cónyuge, el torero Rafael "El gallo". Aquella tan cacareada (nunca mejor dicho) de: "hay gente pa' to", durante su encuentro con el filósofo Ortega. Cuando le dijeron al torero que el tal Ortega era eso, un filósofo, y no un repartidor de butano (por decir algo). 

Aunque también hay un Ortega torero (vaya lío).

O quizá fue con Gasset la cosa, a fin de cuentas. No recuerdo bien cual era de los dos (este chiste malo es igual de viejo que la anécdota, disculpen)





El del puro es el filósofo. O no.



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El director de orquesta Leopoldo Stokowski escuchó pacientemente el concierto de piano de una aficionada. Al terminar, comentó a su padre: "Enhorabuena. Su hija toca siguiendo los evangelios". El padre, le preguntó, emocionado "¿Quiere decir con espiritualidad?". A lo que el célebre director respondió con sorna "No.Quiero decir que su mano derecha no sabe lo que hace su mano izquierda"

                                                            * * *

¿Por qué sigue usted soltero a sus años?, le preguntaron al actor Maurice Chevalier. "Bueno -contestó tranquilamente- me gusta poder escoger por qué lado de la cama levantarme"                                                                                                  
                                                            * * *  

Un periodista le dijo a Gandhi: “¿Qué opina de la civilización occidental?”. A lo que éste replicó: “Creo que es una buena idea”.

                  
                                                          * * *

 El cómico de Broadway Eddie Cantor, envió un sarcástico telegrama a unos amigos judíos que acababan de tener un hijo varón: "Enhorabuena por su reciente producción. Estoy seguro que mejorará mucho después de haber sido cortada"                                                     
                                                     
                                                          * * *

El dramaturgo Marcos Zapata se sometió a un examen de leyes, donde le acribillaban a preguntas. Con el nerviosismo, falló muchas de ellas. Así que el examinador le critió diciendo: « Ha dado usted una en el clavo y tres en la herradura ». A lo que Zapata respondió: «Si se hubiera estado usted un poco quieto...»

                                                           * * *

Joseph Lieutaud, médico personal de Luis XVI, recibió un elogio del propio monarca: "Estoy seguro que con su conocimiento de la anatomía humana, podría usted curar cualquier enfermedad", le dijo el rey. 

El doctor, muy humilde, contestó: "Majestad, en realidad yo soy como un sereno. Conozco bien todas las calles, pero no sé lo que sucede dentro de las casas".

                                                          * * *
A punto de abandonar Argentina tras un breve viaje, el escritor Jacinto Benavente vio su foto en la sección de cultura de un diario local. Pero muy pequeña en una esquina, junto a otra enorme de un caballo de carreras que ocupaba media página. Un periodista de dicho diario le preguntó entonces: "¿Piensa volver pronto a Argentina?". El dramaturgo y premio Nobel le contestó, molesto: "Sí, claro que lo haré. Cuando sea caballo". 
                                                             

Joaquín Sorolla, pintando un jacinto.

                                                                  *   *   *

Cierta vez, José Zorrilla alquiló una casa de campo en una villa de las afueras de Madrid, para aislarse allí y buscar inspiración en su trabajo. Los vecinos del lugar estaban intrigados por saber quién era aquel nuevo y esquivo inquilino venido del mismo centro de la capital. Uno de ellos no aguantó la curiosidad por más tiempo, y abrió una carta lacrada destinada al escritor, para conseguir información.

La misiva decía (más o menos): "Querido José. Creo que es mejor que no mates al alcalde con veneno. Bastará que le administres un sedante. Atentamente, tu amigo JD"

 Horrorizado, el indiscreto lugareño acudió carta en mano al ayuntamiento, para alertar al alcalde del pueblo sobre la conspiración urdida en su contra.

Zorrilla fue detenido, y tuvo que demostrar que el alcalde de la carta no era uno de verdad. Sino un personaje de la obra que había ido allí a escribir, sobre el cual pidió consejo a su amigo.

                                                                          *   *   *

El pintor alemá Hans Thoma era conocido por su proverbial machismo. En un aula de arte, afirmó: "las mujeres pintoras quitan el trabajo a los hombres". Y añadió: "Además, ya desde que estudian arte, son un serio problema. Pues con su presencia distraen a los alumnos masculinos". Una joven alumna del aula allí presente, se indignó y protestó airadamente contra el exabrupto. A lo que Thoma, genio y figura, contestó tan friamente: "No se dé por aludida, señorita. Con lo de distraer, me refiero a las que son guapas"                                                  
                                                                  *  *  *
Hermann Von Stein, general y ministro de guerra prusiano durante la I Guerra Mundial, tenía la costumbre de supervisar personalmente el menú de sus tropas. Una vez vio a un par de cocineros cargando con una olla enorme y les detuvo. Sin dejarles hablar, tomo un cucharón para probar el contenido del recipiente, que escupió en el acto. "¿Qué porquería es esta? ¡Sabe a agua de fregar los platos!" exclamó, asqueado. A lo que uno de los cocineros contesto, lacónico: "Excelencia, efectivamente es agua de fregar los platos"                

                                                                    *   *   *


Un rival político le espetó a Abraham Lincoln: “Tiene usted dos caras”.  A lo que éste respondió: “¿En serio? ¿Cree que si tuviese dos caras usaría esta?"
                                                                                  
                                                                                   *  *  *

Un periodista le dijo a Stephen Hawking: "Afirma usted que puede haber millones de universos paralelos casi idénticos, con pequeñas diferencias. ¿Quiere decir que existe un universo donde yo soy más inteligente que usted?"

A lo que el científico respondió: "Sí, y también uno donde usted es gracioso". 

                                                                            *  *  *

Un joven poeta, le pidió una opinión sobre sus poemas al periodista y dramaturgo Tristán Bernard. Éste le dijo: «Mire joven, hay dos de sus poemas que ni un Baudelaire ni un Goethe hubieran podidio escribir». El poeta, emocionado, le preguntó: «¿Ah sí? ¿Y eso por qué?». A lo que Bernard respondió: «Pues porque uno trata sobre la radio y otro sobre el cine»

En otra ocasión, durante una tertulia literaria, se hablaba sobre el matemático Pascal. Alguien mencionó que éste recurría a inventar problemas matemáticos para aliviar sus dolores de cabeza. Entonces, Tristán Bernard dijo con sarcasmo: «Cuando yo iba a la escuela, hacía lo contrario. Me inventaba dolores de cabeza para olvidar los problemas matemáticos»

                                                                             *  *  *
  

El dramaturgo Bernard Shaw le dijo a Winston Churchill, con inquina: “Le reservaré dos entradas para el estreno de mi nueva obra. Así podrá ir con un amigo, si es que tiene alguno”. A lo que el célebre estadista, replicó: “Al estreno no puedo, tengo un compromiso. Iré a la segunda función, si es que existe”.

                                                                         
                                                                             *  *  *
El músico Jean Sibelius disfrutaba una excursión campestre acompañado de un viejo amigo. Animado por lo bucólico del ambiente, exclamó: «¡No hay mejor orquesta que el armonioso canto de los pájaros!». De repente pasó un cuervo, graznando. Sin inmutarse mucho, le comentó a su amigo: «Mira, ahí va un crítico».


                                                                        *  *  *
 A Alejandro Dumas (padre), alguien le felicitó erróneamente por una obra de su hijo. A lo que éste respondió, muy chusco: «Yo no soy el autor de esa obra, disculpe. Yo soy el autor del autor».

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Salvador Dalí y su esposa Gala disfrutaban una nueva y bonita mansión, a la que afeaba una caldera horrible. Ella le sugirió al célebre artista: «Oye, ¿no podrías pintar algo para disimularla?». A lo que él respondió pintando la caldera misma, que cubrió de brochazos.

                                                                       *  *  *


Cierto músico amateur le dijo a Mozart:
—Tengo pensado componer una sinfonía. ¿Qué me aconseja al respecto?
—Una sinfonía es algo muy complejo —le replicó Mozart—. Mejor empiece usted con algo más sencillo.
—Bueno, pero usted ya escribía sinfonías de niño —Insistió el músico aspirante.
—Sí, pero yo no le pregunté a nadie cómo hacerlo —Fue la demoledora respuesta.


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El escritor noruego y Premio Nobel de Literatura Bjornstjerne Bjornson (a quien ya nunca se le resistió su oficio una vez que aprendió a escribir su nombre bien), se encontraba en el antiguo y muy pequeño ducado alemán de Sajonia-Meiningen, trabajando en una obra de teatro. El Duque en persona discutió fuertemente con él. Y decidió expulsarle de su feudo, diciendo: «Tiene usted sólo 24 horas para abandonar mi territorio». A lo que el dramaturgo contestó, muy fríamente: «Descuide, en sólo media hora lo habré cruzado a pie».   
                 
                                                                    *  *  *

El filósofo Diógenes de Sinope, fue sorprendido masturbándose en público como si tal cosa. Alguien le afeó tan grosera actitud, diciendo: «¡Deje de hacer eso! ¡No está bien!" A lo que el filósofo contestó, muy pragmático: «Se equivoca, sí está bien. Ojalá me pudiese quitar el hambre frotándome la barriga»                                                           

                                                                    *  *  *

La esposa del escritor William D. Howells contrató a una empleada doméstica. Ésta veía que el buen señor se pasaba día tras día sin salir de casa, metido en su despacho escribiendo. Compadecida y sin entender bien, se acercó a quien la había contratado: «Señora, he observado que el señor se pasa en casa todo el día. Estoy dispuesta a que me bajen un poco el salario hasta que él encuentre empleo»

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En 1955, Willian Faulkner viajó a Japón para dar unas conferencias. En un momento de relajo, se explayó contando una larguísima anécdota al auditorio nativo. El traductor local, redujo ésta a una sola frase escueta en japonés... Extrañado, Faulkner le preguntó: «¿Cómo lo ha podido abreviar tanto?». A lo que el otro contestó:«Lo que yo he dicho es: El señor Faulkner acaba de contar algo muy gracioso. Ríanse por cortesía, por favor»

«En este blog es verdadera devoción lo que hay por Faulkner»



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A Pío Baroja una señora le contó la grave enfermedad de su marido: «¿Debería tener esperanza?», concluyó ésta, tras exponer el caso. «Bueno, eso depende de lo que espere usted», le contestó el (siempre escéptico) escritor.
                 
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El actor germano Joseph Giampietro era conocido por sus multitud de amantes. En una ocasión, un amigo le vio muy angustiado y le preguntó qué le pasaba. «Pues que he recibido la carta de un marido celoso, amenazándome de muerte si no me alejo de su mujer», replicó él. El amigo respondió: «Siendo así, es mejor que le hagas caso». A lo que Giampietro replicó, con zozobra: «Claro, pero ¿de qué mujer me alejo? ¡La maldita carta es anónima!»

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A la actriz Celia Gámez le robaron sus efectos más personales en el camerino: joyas, fotos, maquillaje... Un policía comentó: «Creo que este robo no es obra de un profesional». A lo que ella replicó, con serena ironía: «Un profesional no sé. Pero seguro que es un gran aficionado».

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El conde de Sandwich, famoso por el emparedado que nadie llama emparedado, le dijo a su oponente, el parlamentario John Wilks: “Está claro que usted morirá en el patíbulo o de sífilis”. A lo que su rival político replicó: “Eso depende de si abrazo sus principios o a su amante”.

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Thomas Alba Edison tenía una forma curiosa de seleccionar a sus empleados. Les invitaba a comer, y dejaba siempre un salero junto al plato del aspirante al puesto. Si éste se servía sal sin probar antes el guiso, Edison le descartaba de inmediato. Razonando que, alguien que presuponía las cosas sin comprobarlas antes, no era idóneo para trabajar bajo su mando.

Faltaría saber si les dejaba terminar antes la comida, al menos...


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El filósofo Aristipo de Cirene se encontraba a bordo de un barco que zozobraba en medio de una terrible tormenta. Un marinero advirtió su pánico y le dijo: «¿Cómo un hombre tan sabio como usted teme morir, y yo que soy un ignorante mantengo la calma?» A lo que él respondió cínicamente: «Usted mismo lo ha dicho. No todas las vidas son iguales. Si mi vida fuera tan insignificante como la suya, tampoco me importaría perderla»

                                         
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Ana de Austria decidió expulsar de la corte a una dama conocida por su promiscuidad. Así que le sugirió elegir convento. Con toda su malicia, ella respondió: «Envíeme a uno de hermanos franciscanos»