Internet está lleno de conchas
entreabiertas (o cerradas, para la masa indiferente) con alguna que otra perla
dentro. La mayoría están huecas, tampoco hay que engañarse. Pero en este caso
quiero hablar de alguien que ha puesto diez de ellas (de momento) a disposición
de quien quera leerlas. Y ello en lo más hondo del anónimo océano de la auto-publicación,
adonde apenas llega luz, por desgracia. Por eso, hay que abrir bien los ojos en
las profundidades.
Aquí las tienen:
Y otro cuento aquí:
No todas las diez perlas brillan igual, e incluso
algunas tienen leves grietas. Pero otras sí son redondas y pulidas, relucientes
y uniformes. Y reflejan la pureza y el habilidoso oficio de un muy solvente
narrador de cuentos infantiles, que he tenido la suerte de descubrir por puro
azar… y que recomiendo ahora a cualquiera. Y sobre todo a quien desee (y pueda)
darle la difusión que se merece.
No tengo más datos biográficos de Eloy Barba
Domínguez. Aparte del origen geográfico que se deduce de sus andalucismos. Y su
apellido que me hace imaginarle como un barbudo duende que escribe
incansablemente en un pergamino con una pluma de ave dentro de su (azul) cabaña
de madera. Prestada dicha pluma quizá por uno de sus inocentes pero muy vivos
personajes, caracterizados casi todos ellos por una solidaria naturalidad inter-especies
que choca en estos tiempos (también en la literatura). Rara de hallar dicha
virtud en esta era turbulenta más arenosa y turbia que abisal, donde el
nihilismo y la exacerbación de lo violento, lo escatológico y lo traumático se imponen
como estándar en cualquier ficción. Incluida buena parte de la literatura
infantil, como denunciábamos no hace mucho en este ensayo:
Hoy por hoy, en la literatura para niños, lo
que no es bizarro parece ser demasiado prudente. Limitado a una función
utilitaria, bajo el aséptico dictado de un comité de pedagogos que impone una receta
de ingredientes. En ese contexto, sorprende leer a un autor infantil cuya
máxima es la de contar historias con inocente limpieza, humor blanco y
solidario optimismo. Sin aleccionar ni provocar tampoco, y sin otro afán que el
de entretener honestamente. Sin duda es conservadora esa premisa, y en ella
está su límite: no arriesga. Pues cierto es que, aunque no carece de humor (Los extraños trabajos
de Paulino y Eusebio tiene párrafos hilarantes, como el de la mujer con
macrocefalia en el camión de melones), Eloy Barba está lejos de la retranca
sarcástica de Roald Dahl. Y aunque no carece de mensajes sutiles (su excelente “Médico
de los árboles” es el certero cuento ecologista menos redichamente aleccionador
que he visto), no se aproxima tampoco a la abisal profundidad del Principito de
Saint-Exúpery. O a la melancolía reflexiva de Momo de Michael Ende, por
citar otro ejemplo.
Don Eloy está mucho más cerca de
la obra fabulística de La Fontaine, en cambio. O del más reciente (aunque
clásico) Viento en los sauces de Kenneth Graham. Y sobre todo es heredero de la
intemporal obra de Hans Christian Andersen, de quien se diría que Eloy Barba es deudor y también aventajado discípulo.
No es el señor Barba un filósofo
ni un sesudo literato. Tampoco un crítico social. Es solo un contador de
historias para niños. Pero un extraordinario contador de esas historias, con un
genuino pulso tradicional intuitivo y una frescura intemporal en sus escritos, virtudes estas que
resultan admirables y casi imposibles de hallar hoy por hoy en un escritor de
su género. Y sin por ello dejar de lado un estilo ágil y rítmico, sintético y
bien tramado en su aparente sencillez externa. Que le reconcilian con lo
contemporáneo a fin de cuentas, en cuanto a la falta de retórica y la facilidad
de lectura de sus escritos, deseables ambas en un autor de género infantil hoy
día.
Como alguien dijo de Enid Blyton, la célebre
autora de las novelas de Los Cinco, Eloy Barba escribe como un niño… pero con
la habilidad propia de un adulto. Y eso es muy difícil. La diferencia es que a
la autora inglesa se le achacó siempre su escasa imaginación y la repetición del
mismo cliché en todas sus novelas. Defectos ambos que no son atribuibles a
nuestro autor en absoluto: cada una de las obras de Eloy es distinta, aunque
con elementos en común (el resiliente optimismo, la solidaridad, el amor por la
naturaleza...) Su imaginación es muy rica, chispeante y polimorfa. Y va a
caballo de una rítmica frescura. Aunque tampoco es reflexiva dicha imaginación
en exceso. Y sobre todo, no se arriesga a aventurarse en más “planos” de la
realidad que el de la (inagotable) naturaleza misma. Y ello de la mano de la hipérbole
como recurso reiterado, y de una bien diluida (pero latente) herencia
mitológica clásica: Frisias/Neptuno con su tridente en El criador de estrellas,
por ejemplo. O la Atlántida a la que remite claramente el mítico reino de
Haspuria que relata Eloy en La maleta del tío Hugo.
Simplemente, la imaginación de Eloy Barba es
natural. Como si sus propios personajes le dictasen las historias a él mismo, o
se las tradujesen de un idioma extraño como hace la Gata Clara al leer al
protagonista/autor un librillo hallado en una botella… que no es otro que la
propia (y muy brillante) historia del Criador de estrellas ya citada, a mi
parecer la mejor “perla” (en alusión al propio cuento) de las diez disponibles del
autor hasta el momento (y la más “redonda” junto a La maleta del tío Hugo, sin
duda. Aunque la maleta es cuadrada, claro…).
La magnífica narración del
duendecillo marino Frisias (un pastor de conchas que “pastan” en el mar y cuyas
perlas –diez también por cierto, como las obras de Eloy si contamos la Ciudad
bella y su extensión “inédita” como obra única– son semillas de futuras estrellas), está
llena de personajes carismáticos: humanos, animales, robots, seres realistas y mixtos
mitológicos también. Cuyos personajes se mueven en planos diferentes que se
entrecruzan, convergen y cooperan sin mezclarse. Y todo entreverado sabiamente
y envuelto en sutil poesía, ágil acción, emoción, imaginación desbordante y un
profundo amor por la naturaleza y por la vida. Una extraordinaria historia sin
duda la de Frisias, Paula y su perro Dante y compañía, que ningún amante de la
literatura infantil (y de la literatura en general) debería perderse.
Otras de las narraciones de Eloy (aunque con
una buena base siempre) adolecen de falta de desarrollo y caen en finales precipitados.
En Los rescatadores de princesas, la bruja es “vencida” en un visto y no visto
(sobre todo lo segundo: no visto). Y su (por cierto, muy original) redención gracias
a una simple muñeca, se cuenta a toro pasado y sin convicción en boca de un
personaje ajeno a los hechos. En La casa de los animales talentosos, el
discurso final “poderosamente motivador” del perro Argos resulta demasiado
genérico y tópico para cerrar y decidir toda la historia por sí mismo tal como
pretende. En Un carrusel a orillas del Sena, historia de excelente planteamiento
–perfecta para un guión cinematográfico, por cierto– la resolución queda
lastrada por una solidaridad demasiado utópica entre los personajes. Todos
ayudan a todos demasiado alegremente, y la tensión argumental brilla por su
ausencia…
Infatigable explorador en la poesía de lo
minúsculo, Eloy Barba no cava muy profundo, pero encuentra algo sorprendente en
cada brizna de lo conocido. En cada anécdota de lo natural y cotidiano. Hasta
el punto de que las mayores hipérboles fluyen en sus relatos con naturalidad
absoluta, como si no pudiera ser de otra manera (un buen ejemplo es el entusiasta
Señor Trigo). Y en esa gozosa inevitabilidad de lo extraordinario (que viene a
recordarnos que la vida es justo así: un tsunami imprevisible que hay que tomar
con el mejor humor posible) estriba la verdadera fuerza y la rúbrica personal
del autor, en mi opinión...
Y todo ello respira y se sucede sin cambiar ni
un solo elemento de la realidad de sitio: los animales de Eloy hablan algunos. Tienen
raros talentos casi todos. Pero no dejan de ser simples animales. Los niños no
son héroes ni “elegidos”, y tampoco dejan de ser niños y comportarse como tales
siempre. Y los humanos adultos (verdaderos protagonistas de sus historias, en
contra del estándar de la literatura infantil) son un poco niños también, pero
no por infantiles o ilusos: simplemente no han perdido la inocencia (quien la
tiene, sea adulto o infante, la conserva siempre)
|
Hans Christian Andersen. Sin barba. |
El protagonista de las historias de Eloy nunca
es un héroe tópico, “nacido para serlo”. Si es que hay algún héroe, este es siempre
uno colectivo, solidario (por ejemplo: la familia). Y por encima de los seres
humanos, los protagonistas de sus relatos son más bien los animales: activos,
complejos, carismáticos en su simplicidad (como la entrañable ardilla Gina o el
valiente roedor Señor Gómez).
En definitiva: la naturaleza alerta, dispuesta a
eclosionar sin previo aviso como ese huevo que una andersiana “mamá gansa” pone
por sorpresa en el vagón de tren de una de las historias de Ciudad Bella. Con
la solidaria ayuda del ser humano que tira del freno del tren para que su
trance no tenga contratiempos, como si la gansa fuese una mujer humana en
trámite de parto. Lo cual es visto con naturalidad por todos los del tren. Incluido
el maquinista, que no se queja por el incidente ni el retraso. En Ciudad Bella
todo es sorprendentemente positivo y optimista. Y sorprende que eso nos sorprenda.
Porque así debería ser la realidad, sencillamente. O al menos, un poco más aproximada
a ese ideal.
Sólo quien ama la vida, puede convertir en
algo extraordinario el defenderla hasta en los más mínimos detalles, como un
vulgar huevo de pájaro en peligro. Y ello sin que deje de ser lo más normal del
mundo hacerlo. Sólo quien lo sabe contar bien en un escrito, puede hacer que
quien se asoma a sus páginas (ya sea adulto o niño) encuentre algunas cosas que
creía haber perdido, como quien tiene las gafas puestas y las está buscando fuera
de sí mismo. Y sólo ese buen cuentista, finalmente, (y Eloy Barba es uno excelente, sin duda)
puede hacer también que uno halle por sorpresa lo que se había cansado de
buscar, ya sea por desilusión o aburrimiento…
En la Ciudad Bella de Eloy, un hombre se preocupa
porque el duende de su casa ha dejado de cambiar las cosas de sitio. Y en esa
ciudad tan peculiar (en la que, por ejemplo, en una tétrica avenida solitaria brotó
un pintoresco barrio musical la primera vez que alguien silbó para poderla
atravesar sin miedo), el exceso de orden es visto como todo lo contrario: un
caos. Así que el dueño de la casa pide consejo a un experto para volver a la
(anormal) normalidad:
«El duendecillo había
cambiado de lugar tantas veces todos los objetos que había sobre las mesas, aparadores
y vitrinas de la mansión, que ya no se divertía nada volviéndolo a hacer. El
profesor Davidovich opinaba que una completa renovación en la decoración de la
casa, incluyendo lápices, posavasos, mecheros y cepillos de dientes,
solucionaría el problema de manera satisfactoria durante muchos años. Aníbal
Bisiesto siguió al pie de la letra el exhaustivo informe; sin reparar en
gastos, cambió hasta el timbre de la puerta».
En el trabajo sobre literatura
infantil enlazado arriba, expresábamos el deseo de que una nueva hornada de
narradores rompiese como un coro el frío hielo de la castigada (y adormecida)
literatura contemporánea para niños. Formando parte de ese coro y dispuesto (si le dejan) a
poner las cosas en su sitio (o a desordenar las que están mal ordenadas) está,
sin duda, Eloy Barba Domínguez.
Un “desconocido” autor auto-editado de Internet que
debería estar en el escaparate de las librerías infantiles. Muy por encima de
tanto librillo ad hoc estupendamente ilustrado y encuadernado casi siempre, pero
insustancial y frío escrito como mera herramienta educativa. O de “sagas
ratoniles” prefabricadas sin otra inspiración ni motivación que le meramente
mercantil, a la hora de exprimir los clásicos adaptándolos torpemente sin tener
un ápice de respeto por ellos. Y sin conocer su verdadera esencia, que sin duda
late de forma muy legítima en los escritos de Eloy Barba. O más bien tiembla,
como un cascarón al que sólo le falta un leve empuje para romperse y desplegar
las alas bien.
Desde mi propia cáscara (o paraguas cerrado, en
mi caso) acojo a Don Eloy en este blog humilde, que es como una solitaria
estación de tren en el vasto ferrocarril de la literatura. Le hago sitio en el
calor de mi bolsillo, como el protagonista de la historia del tren hizo con el huevo
fecundado de la gansa, una vez que el ave lo hubo puesto tras haber frenado él mismo
en seco el convoy para ayudarla.
El mismo bolsillo, por cierto, donde
guardo esa vieja (y mágica) moneda de ilusión y de esperanza que Eloy conoce bien
(está en un cuento suyo), y cuya efigie sabe hablar a quien está dispuesto a
oírla. Cuya moneda, aunque se pierda alguna vez, siempre termina regresando a
su dueño de algún modo inesperado. Y cuando retorna al fin, se apresura a contarle
a éste cada detalle de lo que ha vivido en el camino. Como Eloy Barba mismo sabe
hacer muy bien (y muy poquitos son capaces): con vibrante emoción y con brillante
sencillez.
© Bonifacio Álvarez
* * *
Obras de Eloy Barba Domínguez
(desconozco el orden cronológico):
-El criador de estrellas
-La maleta del tío Hugo
-El señor Trigo nunca se aburre
-Los rescatadores de princesas
-El médico de los árboles
-Cuentos de la cabaña azul
-Un carrusel a orillas del Sena
-Los extraños trabajos de Paulino
y Eusebio
-La casa de los animales
talentosos
-Crónicas de Ciudad Bella
-Crónicas inéditas de Ciudad Bella