Un relato ligero improvisado entre empalagosos polvorones. Si le ponen música de guitarra, sonará (y sabrá) mejor.
En la puerta del centro comercial,
se arremolinaban los curiosos. Raúl tocaba la guitarra extraordinariamente. Y
como era Navidad, había conseguido un traje de Papá Noel que le quedaba un poco
grande. Se lo dejaron prestado en el mismo complejo comercial. Y, de paso, él
servía de atracción en la entrada, y se ganaba unas monedas de la gente. En
realidad, muchas monedas. En sólo una mañana, ganó lo suficiente para
sobrevivir un par de semanas de manera holgada. Y no porque fuese Navidad y la
gente se mostrase más sensible a la necesidad ajena. Simplemente, en su humilde
y castigada vida, había sabido salir siempre adelante a su modo, sacándole
provecho a cada circunstancia y exprimiendo cada céntimo. Y rentabilizando todo lo obtenido, fuese mucho o poco. A su humilde manera, Raúl era un triunfador...
Así que siguió tocando esa mañana, no por el beneficio,
sino porque amaba la música ante todo. Como hacen los verdaderos músicos, callejeros
o no. Anónimos o célebres.
Lo más inusual, es que la gente le escuchaba
con un concentrado respeto, como si en vez de en plena calle estuviesen todos en un clásico
auditorio. Apenas se veía algún teléfono móvil captando en vídeo el concierto callejero.
La mayoría, simplemente, disfrutaba sin distracción de la epifanía en la que
Raúl deleitaba a su espontáneo público con su Les Paul de imitación (y un amplificador
también barato), que él hacía sonar como Hendrix, Knopfler y Clapton a la vez.
Más bien la hacía llorar, con un llanto de blues áspero y electrizante al mismo
tiempo que, más que de sus dedos, parecía provenir de su garganta, aunque él no sabía cantar.
De pronto, un hombre impecablemente trajeado
se dejó ver entre aquella abigarrada audiencia, formada por gente corriente en ropa también común de abrigo, y muchos con bolsas de la compra en la mano. Se puso en primera fila, muy atento. Raúl lo miró de reojo, sin dejar de tocar. Pensó que
quizá sería algún gerente del propio centro comercial, haciendo pausa en su
trabajo. O algún ejecutivo de los que pululaban por la cercana zona de negocios.
En una pausa de la música, el elegante
individuo se le presentó:
"Mi nombre es ***, soy director gerente de la
compañía discográfica ***. Esta es mi tarjeta. Es usted un músico magnífico,
me alegra haber pasado azarosamente por aquí. Iré al grano: esa guitarra barata
suya será de más provecho para ambos del que usted podría haber imaginado nunca
–afirmó con una sonrisa pícara–; si usted acepta (y es de esperar que sí) será
el comienzo de una nueva vida. Los milagros en Navidad sí ocurren. Enhorabuena".
El directivo musical le extendió la mano al
músico callejero, esperando su aquiescencia. En medio del murmullo de la
concurrencia que, al igual que el músico, escuchó cada palabra de su prometedor discurso. Algunos, ansiaron que el músico aceptase, preparados para romper en un
aplauso. Otros, en cambio, desearon en su fuero interno que éste rechazase la oferta
de sucumbir al estrellato. Y se negase a dejarse convertir en un producto más
de la máquina industrial de hacer mediocres salchichas idénticas, renunciando también, con ello, a sus orígenes humildes, y
vendiendo al capital su natural talento.
Directivo y músico hablaron aparte un minuto,
mientras se podía oír caer un alfiler extrañamente,
en la saturada avenida comercial en plena apoteosis navideña.
Al final, Raúl sí aceptó la oferta, y dejó
abandonada su vieja guitarra en la puerta del centro comercial, con las monedas...
Las historias de Navidad reales no son tan poéticas…
Y efectivamente, la Les Paul de imitación benefició mucho a los dos hombres, que
llegaron rápido a un acuerdo.
En su nueva indumentaria de ejecutivo, Raúl
fue un excelente directivo musical en adelante. Era bueno exprimiendo cualquier cosa que
llegaba a sus manos, como si fuese una guitarra... Fuese mucho o poco lo obtenido, siempre había sido así…Y esa era su mayor habilidad, a fin de cuentas.
Y al otro le sentó mejor que a él
su disfraz de Santa Claus. Estaba algo más gordo. Aunque como guitarrista…no era igual
de bueno que Raúl, pero logró apañarse bien con la vieja guitarra desgastada. Su sueño
había sido siempre ser un músico en la calle, y eso era lo importante. Y además tenía
el mejor público del mundo...
Y con la barba de Papa Noel puesta, además, no
le dio tanta vergüenza desafinar algunas notas, al principio. Hasta que, con el tiempo, aprendió a tocar muy bien.
Bonifacio Álvarez.
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