Te voy a contar cómo Beethoven compuso Para Elisa. Bueno, en realidad, no exactamente él… El gran compositor, conocido tanto por su talento como por su fuerte carácter, estaba en el estudio, sentado al piano y revisando la partitura de la famosa Quinta Sinfonía, para añadirle unos arreglos. Entonces, una blanca manita se asomó al teclado, y tocó unas notas: “Ti-ri-ri-ri-ri… “, rompiendo su concentración completamente.
–Para, Elisa, que es estoy con algo serio… –Le dijo él, con firmeza. E intentó seguir con su trabajo, pero su alumna insistió en las mismas cinco notas: “Ti-ri-ri-ri-ri”.
Entonces él se enfadó más, y gritó “¡Para, Elisa!”. Y siguió enfrascado en su partitura.
Pero no pasó un minuto antes de que ella volviese a tocar una vez más: “Ti-ri-ri-ri-ri”. Eso consiguió poner fuera de sí a Beethoven, que le soltó a la niña un tremendo alarido, el cual vibró en toda la estancia. Incluso en las cuerdas del piano, que zumbaron un poquito sin que nadie las tocase: “¡¡Para, Elisa!!” gritó, iracundo…
Pero la niña no pareció inmutarse en absoluto, con la barbilla alta y cruzada de brazos, aunque el grito del gran músico le revolvió un poco el flequillo. Beethoven se encaró con ella con su propio cabello alborotado. Y ambos se miraron a los ojos de manera profunda y con el ceño fruncido, como si el maestro y su discípula fuesen cada uno el espejo del otro. Entonces, Beethoven dijo:
“Conozco esa mirada… a ver, toca eso otra vez”. La niña dudó un segundo, pero él insistió: “Vamos, tócalo”.
Y ella obedeció:
– “Ti-ri-ri-ri-ri”
–De nuevo –dijo él.
– “Ti-ri-ri-ri-ri”
–Una vez más
– “Ti-ri-ri-ri-ri”
Entonces, Beethoven sufrió un estremecimiento creativo. Y se removió, ansioso, en la banqueta del piano. Tarareó él las mismas notas en voz alta, pero añadió una pocas más: “Ti-ri-ri-ri-ri… ri-ri-ri-ri”. Y de inmediato, se puso a tocar los primeros compases de la obra y con total soltura en el piano. Luego, se detuvo, diciéndose a sí mismo: “Con razón afirman que soy un genio. ¡Qué idea musical tan brillante he tenido!”. Y se puso a tomar nota de la composición usando un pentagrama, para que no se le olvidase. Y cuando llevaba un rato en ello, volvió el rostro a la niña, que seguía allí muy seria, al pie del piano y mirando cómo él trabajaba.
-¿Qué haces ahí plantada? ¡Ve a jugar!” –Ordenó Beethoven. Su pequeña alumna Elisa, se encogió de hombros, resignada. Y pensó para sí: “¡Ay, estos adultos… siempre hacen lo mismo, nunca aprenden solos!”. Y se fue a jugar con sus muñecas.
Nunca se termina de aprender y más cuando son los niños los que nos enseñan.
ResponderEliminarUna bonita historia, la he visualizado
Abrazo
Gracias, me alegra que te haya gustado. Creo que lo que más nos enseña es lo que pasamos por alto, por inercia o por prejuicio. Hasta que nos damos cuenta de ello, tarde o no.
EliminarEn el enlace de abajo tienes la historia en audio con mi voz. Otro abrazo.
No me da acceso, Bonifacio, no he podido escucharte
EliminarGracias, Bonifacio, tienes una voz preciosa y fresca, parece un cuento antiguo
ResponderEliminarOtro abrazo
Gracias a ti. No había notado que el archivo estaba restringido, ahora ya es de acceso libre. Me alegra que te haya gustado. Lo grabé con el micro de los auriculares y lo edité lo mejor que pude, no tengo un micro bueno a mano. Saludos.
EliminarPerdona, no me expresé de forma correcta.
EliminarAl hablar de cuentos antigüos me refería a los que escuchaba/veía en la televisión cuando era pequeña, había un hombre que al inicio se sentaba en una silla y empezaba a relatar los cuentos, era precioso, recuerdos que arropan.
Un abrazo
Sí te había entendido, te expresaste muy bien. Lo del micrófono no lo dije porque la grabación suene "antigua" (tampoco es eso), sino porque compongo música también, y grabo mi voz para otras cosas. Así que soy muy exigente conmigo mismo en eso, y no me gusta no poder contar con un equipo bueno ahora. En el fondo es perfeccionismo de mi parte, y un poquito de vanidad también, por qué negarlo. Pero sí te entendí bien. Saludos y gracias.
ResponderEliminarComo siempre, surge el Bonifacio más iconoclasta, que nos cautiva, y hace brotar en nuestra cabeza infinitas vetas, por esas capas diversas, que se entretejen en tus relatos. Las musas caprichosas de la inspiración, que te tocan hasta de la forma más inocente: una muchacha inquieta, que se rebulle y tararea un estribillo. ¿O los comienzos, que son lo más importante? Ese golpe de inspiración de la muchacha, le ayudó a sobrepasar el Rubicón del pentagrama en blanco al genio. Por cierto, me gusta más este Bonifacio que el desencantado de la política. No porque varíe lo que te hace singular, sino porque en el fondo, si escarbas, destilas amargura, al no comprender como nos ocurre a muchos, todo lo que nos rodea. Lo digo por tu entrada Debo colgarle.
ResponderEliminarEn cierto modo, la historia que nos cuentas, para muchos estudiosos no difiere en exceso de una de las teorías sobre la creación de esta pieza. Creo que la muchacha se llamaba Theresse, y que unas letras borrosas, indujeron a un estudioso de la obra del teutón, a leer Elisse.
Y te confieso, que me admiras. La música es una de mis frustraciones personales, que se me han clavado como una mala espina. Pues en mi familia hay varios miembros que han hecho carrera profesional. Desde el repertorio más clásico al jazz. Y a veces, me gustaría participar en las fiestas que montan entre pianos, violines y bombardinos. Quizá trate de aprender cuando llegue a la senectud. Por lo menos los rudimentos básicos. Son tantas cosas. También la pintura, para la que tenía mucha facilidad, pero que abandoné porque en mi caso, me tira muchísimo la literatura y el estudio de cualquier conocimiento. Qué pequeñas son nuestras vidas, para tantas cosas que merecen saberse. En fin, cuídate, Bonifacio, y nos seguimos leyendo.
Gracias por la visita, Sergio. Para Elisa (aunque al final sí trascendió mucho) es técnicamente lo que se llama una “bagatela” musical, es decir: una pieza breve y ligera, sin mayores pretensiones, como el propio el texto (y el audio) que le dedico yo aquí. O sea, que en este caso no hay más “capas” que la obvia alusión a que la inspiración, más que “pillarte trabajando” (como suele decirse), lo que hace es darte el empujón para que trabajes, aunque lo esencial te lo da hecho, o sea: el diamante sin pulir. Y otro matiz sútil: que la inocencia, la sencillez espontánea, hace más por dicho arranque que la posterior elaboración "adulta" y sesuda. O sea: la sencillez es el diamante, aunque no todo quede ahí.
ResponderEliminarEn cuanto a la política no, no hay amargura. La amargura implica desengaño, desilusión. Y para desengañarse o desilusionarse hay que haberse engañado e ilusionado primero (no es mi caso). La política es lo que es, yo la ilusión la pongo (y la arriesgo) en otras cosas. Y por eso no me engaño.
Lo que hay es impotencia más bien, y precisamente porque sí que soy demócrata. Pero, en realidad, la democracia se resume en su propia raíz de veras intocable, es decir: la soberanía popular. A la cual se añaden luego carcasas diferentes, que, en el caso de la actual partitocracia, más que carcasa es una costra que no se quita ni con estropajo y ácido clorhídrico. Y lo que hice fue denunciar eso con humor negro y sarcasmo y actitud irreverente, nada más.
Sin salir del tema y en cuanto a tu vocación musical latente, imagina esto: te dan a elegir entre ser un mendigo rodeado de miseria pero con derecho a voto en el actual sistema, o un reputado músico de la corte de Alfonso X el Sabio, rodeado de comodidades en palacio y con un rico y motivador ambiente cultural. Eso sí, sin posibilidad de voto, pero sí de influencia directa en el rey, con el cual compartes mesa incluso.
Antes de que contestes, y para ponértelo más fácil, a la opción del mendigo contemporáneo le añado un bocadillo de tortilla y un banderín electoral como regalo por hacer bulto en un mitin. Cuando se acaben el bocadillo (y el mitin) el banderín puedes quedártelo.
Difícil elección. Si abrieras el abanico de posibilidades, viajaría al Madrid o París bohemio. Aprendería pintura con los grandes,y no me importaría ser un mendigo em esa época. Aunque en mi caso me embargan el espíritu terrenal y materialista, que me impediría llevar a cabo ese ideal romántico. Tengo en algún sentido mentalidad de tendero, si bien, miro de reojo al mundo de las musas.
ResponderEliminarLuego, como decía un escritor, no recuerdo si el desaparecido Zafon. Qué los textos dejan de ser de los autores en cuanto los lanzan al público lector. Qué completa con el tamiz de sus experiencias la parte que falta del texto y lo hacen suyo. Lo comento, porque una historia aparentemente sencilla, me ha sugerido varios asuntos. Inspiración, educación.... En fin, Bonifacio, nos seguimos leyendo.
Zafón no sé… Pero ya Julio Cortázar hablaba del “lector hembra” (que solo quiere recibirlo todo masticado, sin aportar él nada), y el “lector cómplice”, o sea, el “macho”, que amplía el texto original con su aportación propia y ello a partir de lo que el propio texto le sugiere.
EliminarClaro que para eso (digo yo) es el propio texto el que tiene que ser “hembra” y, por tanto, tener una parte explícita y fácil para todo lector (incluidos los de lectura superficial, que no pasan de ahí) pero también una parte implícita más sutil e interpretable. Y es la segunda (o sea: las susodichas “capas”) la que aporta calidad de fondo a un texto y define y distingue la buena literatura y el buen arte, en general.
Eso de “tendero con las musas de reojo” es la postura más sensata (enhorabuena), pero siempre que lo de “tendero” no asfixie las musas, lo cual no tiene por qué suceder si de verdad no dejas de mirarlas de reojo alguna vez. Porque tener las musas justo delante de uno (o como horizonte) como tú no haces pero mucha gente sí, más que inspirar, idiotiza, y ni avanzas ni ves bien. Es la trampa del idealismo, que es incluso peor que un tendero materialista que sí dejase que las musas se apolillasen del todo en el desván. Cosa, que insisto, no tiene por qué suceder. Con limpiar de vez en cuando el desván y dejarlas respirar un poco, es suficiente.
Por cierto, mi próxima entrada será sobre un tendero, justamente. Así que, ya que dices tener un poco de eso, te gustará entrar si lo deseas. Gracias.