Uno ha vivido sus historias extrañas, como todo el mundo.
Pero no todos las saben apreciar o las recuerdan.
Tengo un amigo
carcelero. Eso que ahora se llama funcionario de prisiones. Pero carcelero es
más literario, admitámoslo. Como en las buenas (y las malas) novelas
policiacas, omitiré ciertos detalles y nombres.
Por medio de mi amigo
(le llamaremos Daniel) contacté en la cárcel de una forma indirecta –y en la distancia, por fortuna– con
un inquietante personaje. Se trataba de
un preso que estaba allí por matar a su madre, el angelito. Le gustaba mucho
leer, y le dejaban que se encargase de la biblioteca.
Daniel tuvo la frívola
ocurrencia de hablarle sobre mí (espero que no en detalle) y mencionarle lo mucho que me gustaba -y me gusta- la
literatura. Y mi Norman Bates particular empezó a hacerme llegar libros muy
amablemente, por medio de su carcelero. No los de la biblioteca, sino los suyos
propios.
Sólo fueron cinco o seis, antes
de que le trasladaran de prisión (al preso, digo). Pero bastaron para mantener
una cierta relación epistolar extraña. El mensaje (si es que había alguno) eran
los libros. Sólo eso. Ni una carta. Ni una nota manuscrita. Nada impropio, nada indigno. Sólo libros. No hay que
matar a los mensajeros. Ni juzgarlos si regalan libros. Aunque algunos tengan
manchas sospechosas (los libros también)
Los del matricida no
llevaban dedicatoria tampoco, por fortuna. Habría sido morboso y siniestro a la vez.
También
interesante, pero mejor no... Era de cuchillo fácil, el tipo. Pero, con el
bolígrafo, parecía no tener ese mal gusto, y callaba... Algunos críticos (y criticones) abusan de ambas cosas, por cierto. Del cuchillo y de la pluma. Ustedes mismos juzguen qué es peor.
Pero eso sí: el cabrón sabía elegir bien. Como si me
conociera más de lo que sería esperable y de lo que yo habría querido (pongan aquí
la sintonía de Psicosis).
Fue una extraña
relación bibliófila a distancia previa a Internet, donde los sicópatas (que los
hay) ya sólo envían mensajes de desahogo (nada literarios) por twitter. O sea, con el frío pajarito azul. No con el otro gorrión gris -pero más vivo- que consolaba en la soledad de su perpetuo encierro al hombre de Alcatraz de la película (y el libro). Cuyo personaje, por cierto, se convertía finalmente en un reputado ornitólogo que se comunicaba desde la prisión por carta con el resto de eruditos del gremio.
Pero ni yo soy un erudito, ni mi benefactor encarcelado era célebre por nada (que yo sepa), aunque sí que era un buen "pájaro".
Gracias a aquel ambivalente Norman Bates, matricida y bibliófilo al tiempo, descubrí al poeta ruso
Evgueni Evtuchenko, en una cochambrosa
edición de bolsillo del libro “tres minutos de verdad” que aún conservo.
Un comprometido -y laureado- poeta social de la era soviética nacido en 1932 y todavía activo. El cual era
muy dado, en sus buenos tiempos, a leer sus poemas con voz firme y ante audiencias enormes. Todo ello
imposible de ver hoy día en un rapsoda, por cierto: lo de comprometido, lo de la voz
firme y lo de las audiencias.
A la izquierda, el poeta (auténtico). A la derecha, una víctima (ficticia) |
Sin embargo, Evtuchenko
fue uno de los primeros en superar el (obligado) sentido colectivista del
antiguo régimen, que sometía a un forzoso corsé comunitario a la poesía, igual que a todo.
Así que –sin renunciar por ello a su implicación social- el autor ruso empezó a
emplear también un “yo” intimista en su obra. Fue de los pioneros en hacerlo en
la Rusia de entonces, cuando ya el telón de acero iba cayendo para que las mafias lo pudiesen vender
como chatarra.
Y es en esa
introspección profundamente humana (que, en algunos poemas, recuerda a la de
César Vallejo o Walt Whitman) donde este descendiente de ucranianos deportados a Siberia traza
sus mejores versos.
Les dejo un agridulce ejemplo, muy adecuado al post: algo truculento y acerca de un fantasma ambiguo. Y me voy a preparar café.
Pensaba darme una ducha, en realidad. Pero hoy no me apetece, hace frío…
El último intento (Evgueni Evtuchenko)
A Masha
El último intento de ser felizciñéndome a todas tus curvas, todas tus sinuosidades,a la blancura trémula y balbuceantey a las bayas con el opio del saúco.El último intento de ser felizcomo si mi fantasma, al filo del abismo,quisiera saltar huyendo de todas las ofensas,allá donde hace mucho estaba yo arruinado.Allí sobre mis huesos rotosse posa una libélula,y las hormigas visitan tranquilamentelas cuencas de lo que ayer fueron mis ojos.Ya me hice alma. Ya no estoy en mi cuerpo.Escapé a mi prisión de huesos.Pero me hastían los fantasmasy otra vez me llaman los abismos.Un fantasma enamorado ahuyenta más que un cadáver.Pero tú no te asustaste sino que comprendiste,y juntos nos hemos arrojado como a un abismo,y el abismo desplegó unas blancas alasque nos levantó sobre la niebla.Y estamos tendidos juntos, no en la camasino en la niebla que apenas nos sostiene.Soy un fantasma. Ya no se quiebra mi cuerpopero tú estás viva y temo por ti.Otra vez revolotea el cuervo fúnebreen espera de carne fresca, como en el campo de batalla.El último intento de ser feliz.El último intento de amar.
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