Hoy voy a poner el paraguas del revés, para que se llene con
todo lo del mundo, con lo malo y con lo bueno. Que se llene.
De dolor y de placer; de dudas y certezas; de monotonías y sorpresas; de vanidad y sencillez; de odios y de amores; de errores y de aciertos; de escepticismo y de esperanza; de locuras y razones; de basura y de belleza; de recuerdos y… bueno, sólo de recuerdos. El olvido no puede llenar nada. El olvido son las goteras del paraguas.
De dolor y de placer; de dudas y certezas; de monotonías y sorpresas; de vanidad y sencillez; de odios y de amores; de errores y de aciertos; de escepticismo y de esperanza; de locuras y razones; de basura y de belleza; de recuerdos y… bueno, sólo de recuerdos. El olvido no puede llenar nada. El olvido son las goteras del paraguas.
Pero pondré el
paraguas boca arriba. Lo cual, en un paraguas, viene a ser como ponerlo boca abajo. Según se mire. Y según lo miremos, también nosotros estamos del revés. Y lo seguiríamos estando aunque nos pusiésemos de cabeza de verdad para tratar de evitar eso.
No podríamos. Nuestra irracionalidad nos vence, y nuestros límites. Y además, nuestras contradicciones se adelantan. Las de cada uno y las de todos juntos. Y ponen ellas mismas el paraguas del revés violentamente, como una sorpresiva ráfaga de viento.
Nunca llueve a gusto de todos. Pero siempre
llueve. Llueve el mundo cada día, aunque no llueva con agua. Nos llueve encima, sin
piedad. Como suave llovizna y como granizo, a veces. Y en abundancia, siempre. En gozosa abundancia.
Y que no falte: no hay nada peor que la sequía. Nada.
Mi paraguas tiene un
mango fuerte, para agarrarlo firme cuando hay viento. Y una punta de acero, para
defenderme si hace falta. Pero hoy no usaré la punta como un arma. La usaré para clavarlo en tierra, en mi jardín.
Abierto como dije, con el hueco hacia arriba. Mirando a un cielo limpio. Da igual que no se vean nubes, créanme. Al final, llueve lo mismo. Siempre lo hace. Para bien y para mal.
Se llenará rápido del
todo (y de todo) mi paraguas, y a eso lo llamaré "vivir un día más". Vivirlo plenamente. Y luego las
goteras lo irán vaciando, poco a poco. Como mi propia vida también, y la de cualquiera.
Formarán un fresco reguero esas goteras, que nutrirá la
tierra como un ciclo.
Y cuando esté vacío por completo, niños, quizá –sólo quizá─
anidarán los pájaros en él.
Una garza negra, pescando con sombrilla. |
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