jueves, 5 de enero de 2017

"Elvira", una novela de Rubén Angulo.






Cuando me planteé emprender este joven blog, pensé incluir una sección fija de reseñas de libros. No me decidí, porque ya hay demasiados blogs donde se hace eso. Y muy bien en ciertos casos, como en el de Rubén Angulo, que descubrí recientemente y que pueden encontrar aquí:



 Sí que me propuse reseñar alguna lectura, puntualmente. La primera, fue la de un libro para niños. La segunda no es tal cosa, aunque por la portada pueda parecerlo...

Se trata de una obra del propio Angulo, su novela Elvira. Publicada en la editorial Lord Jim. Que pueden encontrar aquí, en Kindle y tapa blanda:

https://www.amazon.es/Elvira-Rub-n-Angulo-Alba/dp/8494448102/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=&sr=


 Siempre me ha pasado con los libros lo mismo que con los amigos: congenio mejor con la gente diferente a mí. Y admiro más los libros que yo no escribiría, cuando encuentro en ellos algo (o mucho) que me gusta, pese a hallarse éstos lejos de mis inclinaciones. Por eso, si hablo bien de uno, es porque vale la pena de verdad. O si no, no hablo, simplemente.





 No hay nada singular en la novela Elvira, en apariencia. Como no lo hay en una pila de palés conteniendo aburridos archivos. Salvo que le aplasten a uno, y le hagan revisar toda su existencia…

 El peso de un sobrecargado mueble clavándose dolorosamente en tu carne, tiene más poder evocador (en negativo) que una sabrosa magdalena:

“En definitiva la privación del movimiento, lo descorazonador de aquella oscuridad espesa que se abatía sobre mí, no significaba dolor comparable al cúmulo de desgracias al que me enfrentaba en el día a día”.

 Así define el autor las emociones del protagonista, cuando éste queda atrapado y malherido en un frío sótano oscuro a raíz del incidente, y comienza a rememorar y analizar su vida: sus confusos sentimientos, y sus relaciones personales y laborales que se enredan en la madeja de un asfixiante entorno burocrático.  

 La comparación con Kafka es automática, pero Angulo no se limita a definir un “buen salvaje” víctima de su alienante entorno, sino que reparte la carga (nunca mejor dicho) entre el pusilánime protagonista y la hostilidad que le rodea. Sin que quede claro (y esa es una de las virtudes del relato) si las sombras del sótano del hospital psiquiátrico se proyectan sobre el protagonista explícito, o es él mismo quien las emite como calamar tratando de envolverlo todo con la tinta de su inseguridad y su indefinición, en un inútil intento por huir de sí mismo y sus fantasmas. 

El otro protagonista, el implícito (Elvira) que da título a la obra, es justamente el que mejor queda trazado en su locura. El más evidente en teoría, pero no por ello  menos oscuro, dado que sólo lo conocemos a través de la frustración y el subjetivo juicio de quien sufre la tortura interna y externa en el sótano… Se intuye la reminiscencia de Allan Poe en el Pozo y el péndulo o en el Tonel de amontillado. El prisionero del Pozo de Poe, prefiere morir abrasado arriba antes que lanzarse al espanto que vislumbra en su fondo. Y que deja a la imaginación del lector, como hace Angulo en cierto modo con el otro profundo "pozo" que horada la castigada mente del protagonista.  

 La víctima emparedada del Tonel de Allan Poe, confía inocentemente en su verdugo, como el funcionario/víctima se deja llevar por el enfermizo imán de Elvira en la historia de Angulo.  

 Esa buscada ambigüedad crea un banco de sólo dos patas: locura y burocracia. Cojo en apariencia, pero que deja hábilmente el tercer apoyo al propio lector, para que éste rellene huecos sacando sus propias conclusiones, a la vez que lo atrapa en su inquietante y sombría atmósfera. 


Ignatius Reilly


 El funcionario protagonista, tiene igualmente reminiscencias del Ignatius Reilly de “La conjura de los necios”. Encerrados ambos en una cárcel burocrática. Igual de desubicados, frustrados y egoístas en un ambiente hipócrita y mecánicamente indolente. Bajo un mando arbitrario y mediocre para colmo.   

“Imaginaos que veis venir la flecha de la locura que apunta directamente a vuestro corazón” -dice el protagonista de Elvira, para justificarse-  “¿acaso no interpondríais entre vosotros y la flecha cualquier cosa que estuviera a vuestro alcance?, ¿no empujarías* (sic) a cualquier hombre? No me creeréis, pero los hay que interpondrían incluso a sus propios hijos”.

*(Viene así en la versión en Kindle, entiendo que la conjugación es una errata).

Aunque el protagonista de Angulo, en cambio, no dispone del sarcasmo de Ignatius ni de su irreverente rebeldía que le permite cierta huida a aquél. El antihéroe de Angulo en esta obra, sucumbe sin más (sin posibilidad de escapatoria) a la turbia miseria de su entorno, irónicamente gracias a un mínimo asomo de madurez del que adolece Ignatius:  
  
“Ya ni me acuerdo de lo que me costó contarle a mi madre el infierno que sufría. No es del gusto de nadie romper ilusiones. Supongo que me avergonzaba, que no estaba del todo seguro de que fuera Elvira la verdadera culpable de lo que me sucedía, que quizás cualquier otro hubiera sido capaz de manejarse con soltura en aquella situación o circunstancias semejantes”.

 Ignatius no haría examen de conciencia, y culparía a los demás: lo haría sin dudarlo. Les masacraría como un tuerto entre ciegos, para poder salvar un mínimo de cordura en un ambiente desmotivador y hostil.  

 El antihéroe de Angulo, en cambio, vislumbra los últimos destellos de humanidad al cerrar los ojos por completo en el desván de su dolor, del que sabe que (de lograrlo siquiera) sólo podrá salir su cuerpo vivo, y no su dignidad (y su cordura). Al contrario que a Ignatius, su ego no le salva.

Cuando mira a un loco del centro de internamiento, lo ve como un igual, a través de su mirada propia todavía “cuerda”, pero ya opacada para siempre incluso antes de sufrir el “incidente” del aplastamiento físico que dispara (tarde) su conciencia. 

El loco y el cuerdo, a su pesar, se identifican en lo que ya no podrán ser, en un pasaje excelente de la novela. A través de un mismo cristal turbio que les une y les separa al mismo tiempo:

“Tenía el pelo negro, rizado y ensortijado, la piel blanca, la mirada inteligente pero apática. Quizás se me quedó grabado porque se me hizo familiar, quizás coincidí con él en alguna ocasión, o en los bares, quizás fuera esa familiaridad tan propia de las ciudades de provincias. Supongo que él me miró como miraba a los demás, con indiferencia, igual que podía mirar a un árbol. Pero yo sentí que él me reconocía de la misma manera que yo a él”.

 Tan enajenado, el protagonista (sin desvelar mucho la trama…) busca el autoengaño en una pasión triste que, de nuevo, remite a la locura. Morbosa e irónicamente, su realidad se desmorona sobre él antes incluso de que lo haga la torre de palés que le aplasta y aprisiona cuerpo y mente. Cosificado en su vida cotidiana y en sus emociones, el áspero mundo que le envuelve ya sólo adquiere significación como sordo objeto a destruir. Pero él no tiene fuerzas para hacerlo en persona, pues se ha vuelto un objeto él mismo, diluida su conciencia a sólo un paso de enajenarse por completo:   

“Los objetos permanecen tan imperturbables a nuestro alrededor que nos molestan, nos domina el dañino afán de destruirlos”.
 Así reflexiona el protagonista en su monólogo, en una frase que resume bien toda la historia. Pero él no los destruye… Pierde las agallas, primero, si las tuvo. Y al final, pierde la fuerza también, por haber esperado demasiado tiempo para reaccionar.

Sólo los aparta un poco del camino. Lo bastante para abrirse paso torpemente como un fantasma malherido. Como hacemos todos alguna vez cuando la realidad nos “aplasta” con torturante malicia. Dejándonos sólo el hueco justo para respirar a duras penas en un agotador jadeo.  



Bonifacio Álvarez.







3 comentarios:

  1. Gracias por lectura tan atenta. Como dije en mi blog, no es fácil leer con detenimiento a un autor desconocido completamente por el público. Sin editorial, sin prestigio, sin nada... es fácil caer en el prejuicio, es lo común.
    Y sí, es posible que alguien entienda tu propia novela mejor que tú mismo, eso queda corroborado con tu lectura.

    Saludos

    ResponderEliminar
  2. No me des las gracias, la obra lo merece. Me alegra haber dado en el clavo.
    Me llama la atención "La escritura necesaria", buscaré un hueco para leerla y así hago el doblete.

    Lo del prejuicio es muy cierto. Pero sospecho que hoy en día poca gente lee con detenimiento lo que sea, prestigioso o no. Y otros, ni leen.

    De todos modos, por etimología (y por historia) “prestigio” también significa trampa, engaño colectivo, así que no te fíes mucho…

    Quien trabaja bien, puede ganar prestigio. Y eso es bueno. Pero el trabajo bien hecho no lo necesita, habla por sí mismo.

    La (difícil) cuestión es no rendirse, aunque te aplaste el mundo como un mueble.

    Saludos, y vuelve cuando quieras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La escritura necesaria es de mucha menor calidad, la verdad.
      Si algún día te apetece, no es difícil encontrar mi correo electrónico. Supongo andará por ahí algún pdf.
      En fin, y a ver si van saliendo otras que tengo por el cajón.

      Eliminar

El mejor "like" es un comentario, aunque sea negativo. Los agradezco y contesto todos.